Tierra de Campos

Aquí el mundo se funde en dos colores. El ocre de las tierras y los pueblos y el verde del pujante cereal de la primavera. Aquí el mundo es plano y el horizonte adquiere su verdadero significado, como lo adquiere también la frase de Borges: “en la tierra de España hay pocas cosas, pero cada una parece estar de un modo sustantivo y eterno”. Tengo la impresión de que el mundo es así porque siempre ha sido así y siempre ha de ser así, el cielo de un azul vivo, el trigo meciéndose en la brisa, los pueblos de adobe como nacidos de la misma tierra, los hombres en los campos, oscuros y serios como el suelo que pisan y trabajan. Y la soledad, el espacio abierto sin fin y sin un alma en el horizonte. Y la inmensidad, la sensación de que aquí no hay lugar donde esconderse, cada cual solo con sus fantasmas. Y la carretera se pierde en una recta interminable, quizás esté, en realidad inmóvil, quizá todo esté inmóvil, quizá todo sea eterno y yo haya quedado atrapado en esa eternidad. O quizá esté navegando por un mar verde y amable, de suaves olas vegetales, de vez en cuando alcanzo pueblos como islas coronadas por viejas iglesias que no son sino faros en la llanura. Mis ojos van acostumbrándose a la distancia, a mirar más allá, siempre más allá, hacia ese confín que nunca llega, a buscar con la vista el inasible horizonte, a aprender a mirar el mundo de nuevo.

Inmensidad, soledad, eternidad, así se pinta ante mis ojos esta Tierra de Campos, mientras me deslizo invisible entre los trigales de la primavera.

 

Un libro viejo

Abril de 1930 es la fecha de edición del libro que tengo entre mis manos. Tapas de color rojo matizado por los años y algo maltrechas, testigos de todas las manos que por ellas han pasado. Las hojas han ido adquiriendo un tono que busca el amarillo y ese olor dulzón, marca del tiempo en los libros. Fue un amor a primera vista, fue encontrado en una librería de viejo de Salamanca, ¿donde si no?, estaba en una de las estanterías de segundo orden, nada que ver con aquellas otras acristaladas donde se esconden de los dedos los libros de lomos dorados y autor famoso.

Al sentirle por primera vez en mis manos me llegó en un instante la magia misteriosa que producen los objetos de larga vida y muchos dueños. Sabe dios cuantas manos habrán vuelto sus hojas, con pasión o con tedio, con ansia o con desilusión. Quien sabe el camino que habrá recorrido este libro hasta llegar a mis manos, hasta llegar a aquella oscura estantería de aquella librería. A través de sus páginas gastadas es posible jugar a imaginar lectores, deshacer el tiempo recogiendo el hilo que habría de llevarnos a esa primera vez que alguien acudió a una librería y se dejo seducir por este libro particular en lugar de otros tantos miles. Como me gustaría conocer a aquel primer lector, como saber que encontró aquella persona en el libro que a mi también me ha interesado casi setenta años más tarde.