El cine como redundancia

A través de la radio del coche, un crítico de cine intenta convencerme de las bondades de una película. Diálogos brillantes, proclama como certificado de calidad. Tomo el desvío de la autovía y se me ocurre pensar si no es una pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero hacer una película para que destaquen los diálogos. Para eso existe el teatro, y si me apuras, la literatura. El cine nació como sucesión de imágenes en movimiento. Una película basada en la palabra no deja de ser una obra de teatro o una obra literaria filmada. Una redundancia en suma.

 

Números y letras

Martín Ulises Piedra y Guillermo Saiz son dos nombres de escritores. El primero es el autor del mayor éxito editorial de los últimos cinco años, su libro El flautista triste, ha encabezado la lista de los más vendidos durante meses. El segundo es menos conocido para el gran público, ganador de algún premio menor, goza de cierto prestigio en ambientes literarios, pero sus libros, cada uno muy distante del anterior y moviéndose siempre en el margen de cualquier moda o estilo nunca serán best-sellers.

Poca gente sabe que ambos son la misma persona. Preguntado por la razón de esta duplicidad de nombres y personajes, contesta que es una división necesaria, dado que ambos se mueven en dos ámbitos muy distintos, el uno hace libros de números, el otro de letras.

Aquiles y Homero

– ¿Por qué escribes? ¿por qué escribimos? ¿nunca te lo has preguntado?

– Alguna vez, no sé, supongo que es una manera de vivir otras vidas, de tener otros yo.

– ¿Y no sería mejor vivirlas?

– El otro día decía Álvaro Pombo que en algún momento tenemos que elegir ser Aquiles o ser Homero, supongo que hemos elegido a Homero.

– ¿Recuerdas el Walden de Thoreau?

– Sí, es cierto, él decidió vivir y escribir lo que había vivido.

– Fue Aquiles y Homero a la vez.

Las caras de Africa

Thomas Walcott describía en su libro De Reyes y Peones la vida en una hacienda agrícola en el sur de África, entonces Rhodesia del Sur, hoy Botswana en los convulsos años previos a la independencia del país. El enfoque del libro fue innovador en su momento, lo planteaba como un rompecabezas en el que los testimonios de cada uno de los entrevistados intentaba mostrar las distintas caras del asunto para formar con todas ellas un todo que fuese fiel reflejo de la realidad. Todos ellos habían tenido, en mayor o menor medida, relación con la hacienda: peones, capataces, criados, propietarios. Cuando se confrontan algunos de los testimonios se puede observar hasta que punto se puede estar en dos mundos distintos estando en el mismo lugar. Una de las hijas de los propietarios añoraba desde Londres su “paraíso africano”; uno de los peones lo recordaba como “el infierno”.

 

Punto y coma

Fue una de las pocas ocasiones en que he permitido que un extraño se asomase a mis papeles. Era una mujer, tras leer atentamente un par de relatos cortos, se quedó pensativa y, sintiéndose obligada a hacer algún comentario inteligente sobre el asunto, más allá del bonito o feo, del me gusta o no me gusta, (recordemos que ella también jugaba a ser escritora), sentenció: me encanta lo bien que usas el punto y coma.

 

Justificación

Es una pena, me decía un amigo no hace mucho, apenas escribes últimamente, al menos mucho menos que hace cuatro, cinco o seis años. La pena era, y son palabras suyas, que había llegado un momento en que parecía que podía llegar a escribir bien. Será que no tengo nada que contar, le contesté tomándome a broma lo que, sin duda, no lo era.

Aquella ocurrencia, ni brillante ni original, al menos me pareció oportuna. Hoy, además, me parece que es verdad. Seguramente no tenga demasiado que contar, o mejor dicho, lo que tengo que contar o lo que puedo contar no le interese a demasiada gente. En la época que recordaba aquel amigo dudo que lo que tuviese que contar fuese más interesante. Simplemente era más vanidoso. Borges afirmaba enorgullecerse de los libros que había leído, no de los que había escrito, también que el acto de leer era más humano, más civil, que el de escribir.

Me cuesta más escribir, es cierto, pero me cuesta menos leer, pasear, perderme en el monte, mirar las nubes, sentir el viento, meter las manos en la tierra, beber vino, reírme de mi sombra.