El cine como redundancia

A través de la radio del coche, un crítico de cine intenta convencerme de las bondades de una película. Diálogos brillantes, proclama como certificado de calidad. Tomo el desvío de la autovía y se me ocurre pensar si no es una pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero hacer una película para que destaquen los diálogos. Para eso existe el teatro, y si me apuras, la literatura. El cine nació como sucesión de imágenes en movimiento. Una película basada en la palabra no deja de ser una obra de teatro o una obra literaria filmada. Una redundancia en suma.

 

Propósitos

Me propongo no escribir sobre política, al menos la política de los políticos, me propongo no escribir sobre corrupción, me propongo no escribir sobre números, sobre porcentajes, me propongo no escribir sobre desahucios  sobre bancos, sobre multinacionales. Me propongo escribir sobre el milagro de despertar, de descubrir que la que duerme a tu lado respira, de observar las manos pequeñas e increíblemente diestras moverse, de recibir una sonrisa en la escalera, de admirar un  felino movimiento de caderas, de saborear una cerveza fría una tarde de verano, de ver anochecer en solitario … Pero por más que lo intento, un paisaje lleno de rencor, cainita, inculto y mezquino no deja de llamar a la ventana.

Ella bebía un vaso de agua

A dijo: sus dedos largos y finos rodearon el vaso, noté como sus tendones se tensaban haciendo fuerza sobre el cristal. Sus labios, sin pintar, con apenas un poco de brillo se abrieron ligeramente para permitir que el líquido incoloro penetrase en su boca. Sus ojos se cerraron un momento y en su garganta se notaba el tenue movimiento del líquido al pasar.

B contestó: vamos, que ella bebía un vaso de agua.

 

Beber

Estaba sentada a mi lado en la barra del bar, aunque para ser sincero yo no la había prestado demasiada atención. Me dio la impresión de que ya había bebido demasiado para cuando yo llegué, y en el tiempo que llevaba allí no había dejado de hacerlo. Tomé mi café mientras ella tomaba su copa mirando al frente, al espejo que había tras el mostrador. Pedí un vaso de agua para tomar una aspirina y casi al instante, ella soltó una sonora carcajada. Ponme otro le dijo al camarero, yo también necesito un vaso para poder tragar lo que tengo que tragar. No pude evitar girar mi cabeza y mirarla. Ella me devolvió la mirada y con una triste sonrisa me dijo: tu necesitas agua para pasar la pastilla, yo necesito beber para poder pasar la soledad, la desesperanza, el miedo, la tristeza, la cobardía para enfrentarme a la vida, y, sobre todo,  para acabar con ella.

 

Poeta

Un día cualquiera, por azar, por diversión, como un juego, nuestro sujeto comienza a escribir. No importa lo que escriba, un poema, un relato, el esbozo de una novela o un ensayo, y no importa porque lo escrito acaba en mil pedazos dentro de la  papelera. Pero al día siguiente vuelve a intentarlo, y al otro, y al otro, hasta que un infortunado día al releer lo escrito hay más satisfacción que vergüenza. No se engaña, sabe que no es estimable, como mucho digno, pero es el comienzo. Y continúa escribiendo, poemas, relatos, novelas inacabadas, artículos, cada vez son más los salvados, siente que va, de una manera difusa, aprendiendo el funcionamiento del sistema y las palabras van ocupando folios y espacio en el disco duro. Pasan los años, hay épocas de mucha actividad y épocas de sequía, en estos se dedica a volver sobre antiguos trabajos, estimando, corrigiendo o eliminando. En uno de estos momentos lee sus poemas, setenta, ochenta lleva escritos. Los lee una, dos veces, y siente que algo no encaja, no se siente cómodo con ellos, los encuentra ajenos, fuera de su mundo. Comprende. Sabe que no ha sido, no es, ni será poeta. Con cuidado, como si se tratase de una reliquia,  los guarda en una carpeta y deja ésta en una estantería, acaso con el temor de tener que repetir este gesto más veces. Acaso con el miedo a no tener sensibilidad para escribir poemas, ni imaginación para escribir cuentos, ni fuerza de voluntad para escribir novelas.

 

Dioses y demonios

Escribo, dijo el sujeto A, por vanidad, porque he dado en suponer que lo que tengo que decir no sólo interesa a los demás, además es necesario decirlo, el mundo sería peor si yo no escribiera.

Escribo, dijo el sujeto B, por que mi vida se me queda pequeña, necesito crear mundos, seres, vidas para poder escapar de la mía, aunque sea un momento.

Escribo, dijo el sujeto C, por la gloria, porque no hay recompensa mayor que oír alabanzas unidas a un nombre que es el tuyo en bocas ajenas.

Escribo, dijo el sujeto D, por el placer de crear hombres y mujeres, ciudades y montañas, países y océanos, por el placer de dar y quitar la vida. Escribo para ser Dios.

Números y letras

Martín Ulises Piedra y Guillermo Saiz son dos nombres de escritores. El primero es el autor del mayor éxito editorial de los últimos cinco años, su libro El flautista triste, ha encabezado la lista de los más vendidos durante meses. El segundo es menos conocido para el gran público, ganador de algún premio menor, goza de cierto prestigio en ambientes literarios, pero sus libros, cada uno muy distante del anterior y moviéndose siempre en el margen de cualquier moda o estilo nunca serán best-sellers.

Poca gente sabe que ambos son la misma persona. Preguntado por la razón de esta duplicidad de nombres y personajes, contesta que es una división necesaria, dado que ambos se mueven en dos ámbitos muy distintos, el uno hace libros de números, el otro de letras.

Aquiles y Homero

– ¿Por qué escribes? ¿por qué escribimos? ¿nunca te lo has preguntado?

– Alguna vez, no sé, supongo que es una manera de vivir otras vidas, de tener otros yo.

– ¿Y no sería mejor vivirlas?

– El otro día decía Álvaro Pombo que en algún momento tenemos que elegir ser Aquiles o ser Homero, supongo que hemos elegido a Homero.

– ¿Recuerdas el Walden de Thoreau?

– Sí, es cierto, él decidió vivir y escribir lo que había vivido.

– Fue Aquiles y Homero a la vez.

Las caras de Africa

Thomas Walcott describía en su libro De Reyes y Peones la vida en una hacienda agrícola en el sur de África, entonces Rhodesia del Sur, hoy Botswana en los convulsos años previos a la independencia del país. El enfoque del libro fue innovador en su momento, lo planteaba como un rompecabezas en el que los testimonios de cada uno de los entrevistados intentaba mostrar las distintas caras del asunto para formar con todas ellas un todo que fuese fiel reflejo de la realidad. Todos ellos habían tenido, en mayor o menor medida, relación con la hacienda: peones, capataces, criados, propietarios. Cuando se confrontan algunos de los testimonios se puede observar hasta que punto se puede estar en dos mundos distintos estando en el mismo lugar. Una de las hijas de los propietarios añoraba desde Londres su “paraíso africano”; uno de los peones lo recordaba como “el infierno”.

 

Punto y coma

Fue una de las pocas ocasiones en que he permitido que un extraño se asomase a mis papeles. Era una mujer, tras leer atentamente un par de relatos cortos, se quedó pensativa y, sintiéndose obligada a hacer algún comentario inteligente sobre el asunto, más allá del bonito o feo, del me gusta o no me gusta, (recordemos que ella también jugaba a ser escritora), sentenció: me encanta lo bien que usas el punto y coma.

 

Justificación (II)

Esta mañana, mientras la lluvia empujada por el viento me golpeaba en la cara, frente a los eucaliptos, (ocálitos, que leches), mientras intentaba adivinar si las cebollas, los ajos o las espinacas eran capaces de atravesar la tierra negra empapada y buscar el sol; esta mañana, decía, me acordaba de aquel amigo que el otoño pasado me echaba en cara mi pereza para escribir, es una pena, lamentaba. Otro amigo, el del espejo, intentando buscar una explicación para esa inactividad me dio una idea. Tal vez sea una buena razón, una mala excusa, o un regular juego de palabras, el caso es que a mí me gusta.

La literatura es, entre otras muchas cosas, una forma de vivir otras vidas, de ver otras realidades, mucho más atractivas que el mundo gris, rutinario y triste por el que nos movemos. Pues bien, si acaso escribía para vivir otras vidas, una razón para que ya no escriba es que la mía merece la pena ser vivida en toda su intensidad, con todos sus altos y sus bajos. Para que huir de donde se está a gusto.

Sí, he evitado la palabra felicidad. Lo hago consciente de que la felicidad no es más que un relámpago. Me interesa más la lluvia incesante, suave y dulce que un improbable y esquivo rayo.

 

Una navidad

Vísperas de Navidad, en un bar dos hombres conversan mientras tienen entre las manos sendos vasos de cerveza. Uno de ellos se fija en una revista que descansa en una esquina del mostrador. Es un suplemento dominical y, por supuesto, dadas las fechas, está dedicado a la Navidad. “El look más glamuroso”, “Las joyas más sofisticadas”, “Los regalos más sorprendentes”, “La decoración más íntima”, rezan los distintos titulares, mientras en el centro una hermosa modelo nos muestra un llamativo vestido de fiesta. El hombre sonríe con tristeza y se dirige al otro:

– Vaya mierda, no entiendo como pueden hacer un periódico lleno de miseria, de muertos en Irak, de mujeres asesinadas delante de sus hijos y a la vez vendernos esa falsa Navidad.

– Es la vida misma, tío, hay de todo, lo mejor y lo peor, así es el ser humano.

– Será pero a mí me parece casi pornográfico.

– Tienes razón, pero creo que exageras un poco.

– Al contrario, habría que exagerar más. Si ahora mismo una andanada de mundo real irrumpiese en la sede del periódico y le pegase fuego, no sería yo quien lo condenase.

– Me parece que estás un poco, o un mucho, en plan demagógico.

– Puedes llamarme demagogo, pero ¿mentiroso?