Encerrado en un cilindro de metal, flotando en el aire enrarecido a varios miles de metros sobre el suelo. Tras una larga noche de duerme-vela, con la incertidumbre, el miedo y la esperanza de todo aquel que alguna vez persiguió un sueño. El turbio amanecer apenas permite ver, allá abajo, unas minúsculas manchas de luz en la inmensidad. La estepa, Siberia, Kazajstán, no puedo poner nombre a lo que mis ojos ven o creen ver, pero me trae recuerdos de otros tiempos donde mi imaginación se incendiaba con su mención, tiempos en que era fácil soñar con inmensidades, caballos al galope, noches al raso, espacios vacíos y libertad; entonces eran poco más que nombres en un mapa, ahora unas manchas de tierra tras la neblina. Ahora estoy tan lejos como entonces, y también sé que nunca estaré más cerca, sin embargo, todo ello pasa en un fugaz relámpago, sin pena ni pesar, no dejando más poso que unas letras en un papel porque mi camino es otro, mi camino se dirige a un punto más al este donde sé que mi vida se llenará de luz y cambiará para siempre.