Nunca en la historia el ser humano ha estado tan protegido, nunca en la historia el ser humano ha estado tan indefenso. Nunca ha sido más libre, nunca ha sido más esclavo.
Hemos llegado a un punto en que un individuo medio, normal en el sentido estadístico del término, es un ser que necesita a alguien que haga crecer y transportar su comida, alguien que le produzca y transporte la energía que necesita, alguien que le transporte a él mismo, alguien que fabrique su ropa, alguien que le entretenga y así hasta el infinito. Todo ello a cambio de un dinero que gana honradamente trabajando 40 horas a la semana durante la mayor parte de su vida. Todo ello porque confía en que el sistema socio-económico en el que está inmerso va a funcionar perfecta e inocentemente. Pero ¿y si no funciona? Si no funciona la central eléctrica correspondiente no hay luz, no hay medios para cocinar, no hay medios para calentarse. Si los controladores aéreos, pongamos por caso, van a la huelga nuestro hombre normal se queda sin poder viajar. Si nieva las carreteras se bloquean. Si llueve hay inundaciones. Y lo más curioso de todo, nuestro hombre se indigna, le parece incomprensible que ocurra algo que el perfecto sistema no sea capaz de controlar, espera que alguien, el gobierno o lo que sea, le resuelva el problema, «parece mentira que en pleno siglo XXI» .
Imaginemos ahora a un hombre «normal» de hace 500 o 1000 años, capaz de procurarse su comida, su energía, su ropa, capaz de ir por sus medios a donde quiere ir y capaz, también, de comprender que hay hechos, situaciones incontrolables, que él achaca al cielo, a los dioses, a los demonios, pero que por ello no deja de entender que ocurren, que están fuera de su alcance y así los acepta.